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La escuela saca suspenso en emociones
España se resiste a implantar técnicas para educar los sentimientos, salvo algunos
centros pioneros - La corriente divide al profesorado
JOAQUINA PRADES 05/09/2008
El pequeño Darío (11 años, sexto de primaria en un colegio público de Madrid) no atiende en clase de lengua
porque se aburre y se dedica a interrumpir y a molestar a sus compañeros. La profesora, tensa porque el
curso se agota y apenas ha cumplido la mitad del temario impuesto por Educación, pierde los nervios, grita y
castiga al alumno a salir al pasillo.
El pequeño Darío (11 años, sexto de primaria en un colegio público de Madrid) no atiende en clase de lengua
porque se aburre y se dedica a interrumpir y a molestar a sus compañeros. La profesora, tensa porque el
curso se agota y apenas ha cumplido la mitad del temario impuesto por Educación, pierde los nervios, grita y
castiga al alumno a salir al pasillo. Al día siguiente, la escena se repite. Y también la semana siguiente, y la
otra, y la otra, y así hasta entrar en una espiral perversa que a ella la sitúa al límite de su resistencia y al chico
lo va hundiendo en un pozo del que no sabe cómo salir y que le genera rechazo a acudir cada día a ese lugar
desagradable llamado colegio.
Un escolar muy similar a Darío, pero esta vez sentado en una de las aulas del centro público María Sanz de
Sautuola, en Santander, sabe que cuando acabe la clase que ha alborotado debe bajar al despacho del jefe de
estudios y colorear en un cuadro que le representa una parte figurada de sí mismo. En rojo, si su
comportamiento ha sido malo; verde si ha atendido y ha sido amable con sus compañeros y profesores, y
amarillo si se ha portado regular.
Cuando acuda a clase al día siguiente contará en una pequeña asamblea qué hizo mal, por qué lo hizo y cómo
cree él o sus compañeros que puede mejorar. Pedirá disculpas, o se autoimpondrá alguna tarea en beneficio
de los demás, y a cambio no se permitirá que ningún niño le insulte o menosprecie por su comportamiento y a
ningún docente se le ocurrirá colgarle la etiqueta de "caso perdido". Los profesores de este colegio, pioneros
en España en la aplicación de técnicas de inteligencia emocional en la escuela pública -algunos centros
privados hace ya tiempo que las aplican- saben por experiencia que prácticamente ningún niño es un caso
perdido. Todo depende de cómo se le enseñe a reaccionar ante el conflicto.
¿Es la inteligencia emocional, como aseguran los profesores que la utilizan, una herramienta eficaz para
pacificar el ambiente escolar y contribuir a formar mejores personas? ¿O se trata de una moda pasajera, algo
ingenua, que no tiene en cuenta que una cosa es la teoría y otra muy distinta vérselas cada día con un grupo de
fieras que sólo piensan en divertirse y se niegan a esforzarse? ¿Acaso no hemos aprendido a base de castigos y
el que vale, vale, y el que no, al 30% de fracaso escolar que sitúa a España en el furgón de cola educativo de la
UE? A muy pocos días de la inauguración del curso escolar 2008-2009, el debate sigue en pie.
La inteligencia emocional, impulsada por las teorías del aprendizaje del psicólogo Karl Rogers y popularizada
por el escritor Daniel Golemán a mediados de los noventa, consiste en desarrollar la capacidad de sentir;
entender las causas de este sentimiento; controlarlo y modificarlo. Para ello existen técnicas. El Instituto
Español de Inteligencia Emocional de Madrid es uno de los que las enseña, especialmente a los profesores. Su
instructora, Ana Bayón, explica cómo: "Primero se pone nombre al sentimiento: furia, cólera, rabia, miedo,
frustración... para saber a que nos enfrentamos. Una vez identificado, sabemos qué hacer".
Estos seminarios reúnen a los docentes en grupos pequeños y cada profesor verbaliza lo que le preocupa. Los
demás escuchan. El que habla observa de lo que tanto le preocupa le ocurre a otros profesores, que han salido
ya del atolladero. "Toman conciencia de que no están solos y de que el problema tiene solución", comenta Ana
Bayón.
En España, aunque el sistema educativo no concede importancia a la educación emocional -"parece ser no
forma parte de nuestra cultura", comentó a este periódico un ex alto cargo de Educación- cada día son más
los docentes y pedagogos que son conscientes de su utilidad y tratan de aplicarla, a veces más por intuición
que por técnica, en sus lugares de trabajo. Otros la rechazan porque entienden que para la solución de
conflictos internos ya están los psiquiatras y los psicólogos. Este rechazo suele manifestarse en la negativa a
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